Oración del 4 de Agosto de 2024

JUAN 6, 35-40

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Todo el que vea al Hijo de Dios y crea en Él, es decir, quien lo reconoce y acoge mediante la fe, tendrá la vida eterna y resucitará en el último día. La fe es un don de Dios que nos dispone para asentir a las verdades reveladas por Él, pero no es algo que se logre por un mero esfuerzo humano, es necesaria nuestra colaboración con Dios. Él ha querido sentir necesidad de nosotros.

Hay cristianos que son como esos cantos redondos de los ríos, que a lo mejor llevan años dentro del agua, pero se rompen y en su interior están completamente secos. La falta no está en el cristianismo sino en esos corazones que son como el de los judíos del evangelio: «han visto pero no han creído».

Nada hemos de valorar tanto como este regalo de la Fe, que por defenderla se da incluso la vida, como tantas veces ha ocurrido a lo largo de los siglos.

Pero no nos sintamos solos, Cristo nos espera con los brazos abiertos porque quien camina hacia Él por la fe, nunca será rechazado.

“El que viene a mí nunca tendrá hambre, el que cree en mí nunca tendrá sed”. A menudo hacemos promesas, no siempre las cumplimos, pero es un milagro de gracia si lo hacemos. Con Jesús podemos quedarnos seguros de que será fiel a sus promesas, como la que hizo al final del evangelio de Mateo: “Estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos” (Mt. 28:20).

Muchos de nosotros somos afortunados de no haber experimentado hambre o sed, pero puede ser que tampoco experimentemos la sed espiritual de la que habla el bello Salmo: “O Dios, tú eres mi Dios, tengo ansias de ti, pues tengo sed de ti. Mi ser entero te desea cual tierra árida, sedienta, sin agua” (Salmo 63). Una línea que vale la pena repetir una y otra vez, al hacerlo, aumenta nuestro deseo de Dios y nuestro corazón se abre para recibir sus dones.

En este día puedo llevar ante el Señor a la persona o a las personas que han fallecido y orar por ellas, agradecer por todo lo que he recibido de ellos o pedir perdón por mis faltas en mi trato con esos difuntos o pedirle a Dios que sea misericordioso con ellos. Me consuela especialmente las palabras de Jesús “A los que vienen a mí, no los echaré fuera”. Para los cristianos, los muertos no se han ido de nuestras vidas para siempre; ellos continúan existiendo y son parte de nosotros. Algunos están gozando la plenitud de la vida con Cristo en el cielo, otros están esperando alcanzar ese gozo en un estado que los católicos llamamos purgatorio.

Nosotros rezamos hoy para que esa espera pueda ser de corta duración, pedimos crecer en la libertad de vivir plenamente, incluyendo mi propia vida tan limitada y vulnerable, incluyendo la muerte en algún momento. Estamos llamados a vivir con Dios que es vida eterna.

El Evangelio puede influir nuestra oración. Nos ofrece la seguridad de que Cristo nos resucitará a todos en el último día, porque esa es la voluntad de su Padre, que nada se pierda, que se pueda mirar todo lo que es bueno como un regalo suyo y una invitación a aceptar la vida que Dios nos ofrece.

Es difícil para mí entender lo que significa “resucitar en el último día”. Yo rezo por la confianza que necesito y por la fe de creer que Dios está trabajando solamente por mi felicidad duradera.

 

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Anawin

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